En 1992, Dino Saluzzi lanzó el título de su decimosexto disco Mojotoro, a partir del nombre del obsoleto río de la provincia de Salta, donde nació en 1935, al norte de Argentina. El Mojotoro no es un gran río, pero forma parte de una gran red hidrográfica que se pierde hacia el oeste hasta la Cordillera de los Andes y hacia el sur hasta la Platea y el Atlántico. “El río es una esperanza universal que la gente comparte. Viajando hacia lo Universal, Mojotoro trae consigo las características típicas de su lugar de origen. Es abierto y creativo. Varía entre la abstracción y la realidad. Mojotoro es nuestra condición”, escribió el bandoneonista en el libreto que acompañó ese disco grabado con sus hermanos, sus hijos, sus primos. Gran familia musical.
En ese momento, parecía estar al frente de su carrera: dejó a un jovencísimo no solo de un lugar remoto del mundo, sino también de su propio país, hijo del multiinstrumentista Cayetano, Timoteo conocido como Dino. un niño en orquestas de tango en Buenos Aires sin olvidar nunca los paisajes de su juventud. En ese momento, sin embargo, dejando las orquestas, inspirado también por Astor Piazzolla, Saluzzi había sacado su bandonone de la frontera. Con su bandoneón alternando entre la abstracción y la realidad, abierto y creativo, Saluzzi primero investigó la voz de la música instrumental y regional, luego conoció al alemán Manfred Eicher y su Ecm, el sello en el que graban Keith Jerrett y Jan Garbarek. , y en 1983, a los cuarenta y ocho años, graba en solitario el disco que lo proyecta por todo el mundo: Kultrum.
Si el tango de Piazzolla se ha transformado en música de cámara sofisticada, Saluzzi captura ritmos y melodías comunes, desde la milonga hasta el candombe y la música andina, y los convierte en obras extremadamente narrativas y, en el contexto de la imitación, sobre la memoria. Por primera vez, en Kultrum, descubrimos una de sus piezas emblemáticas, El río y el abuelo: «Cada vez que toco veo los lugares donde crecí, nunca me dejan», dijo con motivo de su ochenta . -Cinco años, cuando el pasado mes de mayo. Es cierto: sus paisajes no lo abandonan -fragmentos visuales que nos recuerdan el viento, el agua, el silencio, los animales nocturnos- incluso cuando comienza a tocar con los más diversos músicos: el bajista Charlie Haden, el percusionista Pierre Favre en Once una vez — Lejos en el sur (1986) o la trompeta de Enrico Rava en Volver (1988). Saluzzi no es un músico de jazz, crea un sonido, un sonido: y como el jazz se compone de sonidos entendidos, se da con naturalidad.
Inspiración de la película
Pero eso no es suficiente: se queda ciego en el camino del compositor georgiano Giya Kancheli y graba su música con el reconocido violinista letón Gidon Kremer. Pone sus temas al servicio del Rosamunde Quartett y forma pareja con la genial violonchelista alemana Anja Lechner: unos años más tarde dan vida al disco en el dúo Ojos negros (2006). Y, sin embargo, Saluzzi sigue deambulando por sus calles, por los senderos del valle de Shankhas. Entretanto ha grabado al menos dos obras maestras: Andina (1988), donde tocaba bandón y flauta, y diez años después, en París, Cité de la musique, con su hijo José a la guitarra y Marc Johnson al contrabajo: aquí nuevamente El rio y el abuelo, son las capas de la memoria que se convierten en tema conmovedor a través de su cráneo, pues recuerda a su padre en la Introducción y milonga del ausente y termina saludando el tiempo ata que comienza en Coral para mi pequeño y lejano pueblo. En 1997, Jean Luc Godard se inspiró en la música de Andina para su vaga película Nouvelle. Más tarde, la escuchamos en la banda sonora de Los dos papas.
Decíamos: ochenta y cinco años. El diario argentino escribió que en mayo pasado, Dino Saluzzi los celebró «en los negocios y con toda su fuerza». Tanto es así que ahora ha lanzado un nuevo disco, titulado Albores. El anciano músico vuelve a estar solo con su instrumento. Albori es una palabra doble: el sustantivo nos refiere a la luz del día, por su brillo vibrante. La metáfora nos habla del comienzo, incluso de lo que sucede antes de que comience, donde reside una especie de esplendor y pureza. La encarnación solemne y abundante, la frase expresada ahora, encarna una insinuación, una sustracción hábil, esta belleza y esta pureza.
Los extractos son páginas autobiográficas: el recuerdo de uno de los tantos compañeros de viaje, Adios maestro Kancheli; tantas veces en sus discos hay una idea para los que se fueron: Ausencias. Es, por supuesto, una melodía conmovedora con una sonrisa en el rostro del primer bandonone en sus pies: Don Caye – Variaciones sobre obra de Cayetano Saluzzi. Y la luz dorada de esos salones porteños es muchas veces en su juventud, milonga -pero milonga a la Saluzzi, metafóricamente- llamada Segun me cuenta la vida. Uno de los autores más misteriosos de Argentina, Eduardo Mallea, escribió: «El destino de todos los hombres es personal sólo porque puede ser similar a lo que ya está en su memoria». Escuchemos el bandón de Dino Saluzzi: este largo y personalísimo viaje parece seguir lo que ya estaba en su memoria. El milagro es que también es nuestro.