Dentro de las diferentes ramas artísticas se esconden a veces obras que no gozan de un reconocimiento general. Son obras para paladares muy concretos. Ocurre con los haikus dentro de la poesía, por ejemplo.
Y ocurre en la escultura con la imaginería.
Un arte que hunde sus raíces en la Edad Media
La imaginería es una especialidad de la escultura centrada en la temática religiosa, eminentemente católica. Desarrollada a partir de la talla policromada medieval, su auténtico estallido se dio en el siglo XVI a raíz del Concilio de Trento y la Contrarreforma: puesto que en la zona protestante se proponía la no utilización de imágenes para la veneración, en los territorios católicos se potenció justo lo contrario, dando lugar a una producción artística impresionante por su realismo y lo delicado de sus ornamentos.
Los escultores de imaginero han trabajado y creado en Italia, Portugal, e incluso a veces en Francia o Países Bajos. Pero sin duda, el corazón de esta especialidad está en España, donde podemos encontrar varias escuelas diferenciadas (castellana y andaluza principalmente, amén de la murciana y la canaria) y desde la cual se expandió a Hispanoamérica y las Filipinas, donde también es muy popular.
El estilo más habitual sigue siendo la talla policromada, que apueste por un realismo totalmente convincente. En ocasiones, llegando al extremo de utilizar ropajes auténticos de tela, y cabello postizo.
Con todo, encontraremos también talleres que fabrican en serio, con acabados de menor entidad, por mecanizados. Pero cuando algo sale de forma mecanizada deja de ser arte y se convierte en un mero producto, ¿no?
El escultor imaginero
Entre los siglos XIX y principios del XX se desmontó un poco el status del que la imaginería había gozado siempre. Por un lado, la producción en serie restaba valor al conjunto, y por el otro el trabajo manual se consideraba más artesano que artístico.
Sin embargo, con el avanzar del tiempo, este tipo de obras ha recuperado su valor y prestigio artístico de manos de escultores imagineros de reconocida talla. Castellanos como Venancio Blanco o Francisco González, valencianos como Juan Adsuana o Mariano Benlliure. Y por supuesto la escuela andaluza, con maestros como Castillo Lastrucci, Luís Ortega Bru, o Antonio Bernal.
Es un arte que para mucha gente puede resultar semidesconocido, como si no pudieran ver las obras más que como elemento puramente religioso, y no como producción artística en sí misma. Pero por fortuna, el arte no muere, y las nuevas generaciones vienen pisando fuerte, como ocurre en Andalucía con el escultor imaginero Francisco Javier López del Espino. Quizá es el momento de que redescubramos este singular arte escultórico.